¡CARTA A MI PADRE!
Por Carlos Dorado
"El Universal"
Querido Padre: tú has sido en nuestro hogar, un ejemplo vivo de cordura, honradez, esfuerzo, austeridad, previsión, sensatez y generosidad.
Tú has pertenecido a una generación que le tocó un cambio muy duro: de jóvenes que trabajaron para sus padres, y de casados que trabajaron para sus hijos; pero fueron gente feliz. Gente que veía el trabajo como una oportunidad de progresar, como algo que les abría un futuro mejor, y se entregaron a ello en condiciones muy difíciles. Fueron parte de una generación que compraban las cosas cuando podían, y únicamente lo que se podía; y que sólo pedían prestado cuando tenían una gran necesidad, dejando la piel si era necesario, para pagarlo rápidamente. Tú has pertenecido a esa generación que ahorraban siempre "por si pasaba algo", que gastaban únicamente en lo necesario, y que las vacaciones significaban salir a pasear los domingos, y de vez en cuando, hacer una parrilla en algún campo de El Junquito, con unos amigos y la familia.
Tú sabías que el esfuerzo tenía recompensa y la honradez formaba parte del patrimonio de cada familia. Sabías que eras pobre, pero nunca por eso dejaste de ser honrado. Sabías lo que era ser padre, y nunca entendiste lo de "papi", o "papito". Ejercías esa autoridad que te daba el ser padre, y bastaba una mirada tuya, para saber que lo que estaba haciendo, estaba mal.
Siempre y toda la vida te traté de usted. No, no fuiste un amigo; fuiste mi padre, y siempre exigiste tus derechos como padre, y asumiste tus obligaciones con tus hijos, hasta el extremo que cuando las necesidades te obligaron, a tus 48 años agarraste a tu esposa, a tu hijo más pequeño y dejaste tu tierra, tus otros hijos, para enfrentarte a una América desconocida. Tú, padre, siempre viviste (con mi madre) de tal manera que cuando pienso en justicia, cariño, sacrificio e integridad, pienso en ti, pienso en ustedes.
Gracias, padre, por haberme enseñado con tu ejemplo. Gracias por aquella frase que siempre me decías: "Carlos, todos quieren ir al cielo, pero nadie quiere morirse", siempre ha significado mucho para mí. Gracias por haber sido un gran maestro. ¡Cuán grande riqueza es, aun entre los pobres, el haber sido hijo de buen padre!
Nunca conocemos el amor de un padre hasta que nosotros mismos nos convertimos en padres. A partir de ese momento, ya no eres responsable sólo de tu vida sino también de otra, y con esa responsabilidad se vive hasta la muerte. Por eso, padre, el día que fui padre entendí y aprecié, más aún, tu papel de padre; y quizás entendí por qué Dios muchas veces castiga en los hijos las culpas de los padres, porque no hay mayor dolor para los padres que el dolor de los hijos.
Sentado tú en el sillón, cuando el cáncer estaba acabando con tu vida, me miraste a los ojos, y comenzaron a caerte las lágrimas, y ambos comenzamos a llorar, y me dijiste con la voz entrecortada por el llanto: "Carlos, me muero tranquilo, porque sé que mi hijo va a ser mejor que yo, y ese ha sido precisamente el objetivo de mi vida". No pude responderte en ese momento, el llanto me lo impedía; pero qué equivocado estabas; me pusiste el listón demasiado alto.
Padre, no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca se tuvo. Gracias por haber sido mi padre y mi ejemplo, por haber sido una de las cosas más bellas de mi vida. Siempre guardaré tus bellos recuerdos y tus enseñanzas, y que el tiempo no logrará sacarla de mi alma... de repente te vuelves hacia mí, sonriéndome, y yo vuelvo a llorar de la emoción de haber tenido un padre como tú.
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