Noto
el frío sobre mis mejillas, supongo que de nuevo se me pondrá la nariz
colorada. Las manos metidas en los bolsillos y resguardadas en unos
guantes bien gordos. Son las 7.00 am.Esta
mañana, caminando hacia ese edificio que ya parece convertirse en mi
segunda casa, recordaba el momento en el que decidí meterme en semejante
jaleo.
Con
apenas 18 años yo no tenía nada claro a qué dedicarme en el futuro.
Entre las sesiones a las que asistí en el colegio hubo una que me gustó
especialmente. No recuerdo con exactitud qué nos dijo aquella recién
diplomada en Enfermería. Solo sé que habló tan convencida de su carrera y
de lo lejos que puedes llegar sin salir de la habitación de “tu”
paciente, que me subí al coche al acabar la jornada escolar y le dije a
mi madre: Ya lo sé. Voy a ser enfermera.
...
Al entrar en el vestuario y ver el trajín habitual, recuerdo a mi amiga Carol: La
verdad, me cuesta entenderlo. No sé como te quieres dedicar a una
profesión donde lo único que ves es sufrimiento. Yo desde luego no
podría. Sonrío. Su cara de pavor me dejaba claro que no le gustaba
mi elección. Sin embargo, aquí hay mucha gente, no creo que seamos un
conjunto de chalados. Eso sí, es algo vocacional, se lleva en la sangre,
aunque yo no me diese cuenta hasta bien tarde…
Ponerme
el uniforme con la mejor sonrisa será un solo paso. Yo lo considero
parte de la vestimenta. Si mi trabajo es un servicio a personas que se
encuentran en una situación de dolor, el primer calmante que puedo
darles será un intento de transmitir alegría, esperanza. Una inyección
de optimismo. Que además… ¡es gratis!
Apago el móvil. Durante el tiempo que aquí esté, estaré cien por cien.
...
Ahí
está Pedro. Parece que no ha pasado muy buena noche. Las sábanas están
revueltas y no tiene buena cara. Tiene 35 años. Hace 17 se le
diagnosticó un linfoma Hodgkin. Parecía que después del tratamiento
había mejorado, sin embargo, ha vuelto esta semana después de que se le
detectó una recidiva. El tratamiento le ha dado una reacción
inflamatoria en la piel como nunca habíamos visto en ningún otro
paciente. Los médicos se plantean qué hacer, pues las dosis que le
tocarían son más altas, pero después de esto… Abre los ojos al sentir el
ruido propio del cambio de turno. Le miro, sonrío y me acerco a la
cama. Está en aislamiento, me pongo la bata y la mascarilla.
Buenos días Pedro, le susurro. ¿Cómo está esta mañana? ¿Qué tal ha pasado la noche? Bastante regular, me contesta. Todo movimiento es una tortura para la piel. Me despierto y cuando parece que me vuelvo a dormir comienzan esas pesadillas…Pues
vamos a poner soluciones. El aspecto de las heridas parece mejor que
ayer. Después del baño voy a ver más a fondo. Es verdad que es un
momento muy incómodo y doloroso. La curación lenta. Pero le digo una
cosa, Pedro, nosotras estamos aquí para todo lo que necesite, todo, ¿eh?
Por favor, no se haga el fortachón, pídanos lo que quiera, si tiene
dolor veremos si es posible darle un calmante, si algo le molesta
trataremos de intentar otras opciones…para esto estamos, ¿no? Ahora son
las siete y media de la mañana, es día 12 de noviembre, ya se puede
imaginar el frío que hace en la calle. Mire por la ventana, ¡los colores
del cielo son realmente preciosos!
...
Está
claro que la base de la relación que estableces con los pacientes está
en la confianza. Solamente si confían en que haces todo lo que se
encuentra en tu mano, si demuestras la cercanía y disponibilidad
necesaria, solo entonces te contarán sus pensamientos, se apoyarán en ti
como profesional y ante todo como persona. Una gran profesora me dijo una vez: Para poder ser una buena enfermera debes ser primero una buena persona. No se equivocaba.
...
Me
gusta pensar que debo ser una enfermera del mundo y para el mundo. Que
viva en la realidad del mundo, que se interese por otras disciplinas,
por la actualidad, que conozca que está pasando fuera del hospital. Solo
así podré conocer las demandas de mis pacientes, solo así podré
comprender las necesidades de la sociedad y solventarlas mediante mi
trabajo día a día. Así,
los conocimientos de la disciplina enfermera se verán interrelacionados
con otras muchas dimensiones, prismas de la realidad. Y solo así se
entenderán otras culturas, otras formas de pensar, y de llevar la
situación de enfermedad.
...
Ya
está llegando la hora de final del turno. Una mujer mayor ha entrado a
ver a su marido ingresado. Nos saluda a mi compañera y a mí, y avanza
hacia él. Su paso, torpe por la edad, no le disminuye las “ganicas” de
verle. Le mira, le besa en la frente y le pregunta qué tal está. La
escena me enternece. Pasa el tiempo y observo como esta mujer arropa a
su marido con cariño. Cuando sale de la habitación, comenta antes de
irse: Cuidádmelo, cuidádmelo mucho, que es la única joyica que tengo. ¡Que suerte la de aquellos que han sabido encontrar y conservar las verdaderas joyicas!
Y
esto me lo han enseñado ellos, mis pacientes. Me acuerdo de Carol.
Quizá muchos todavía comparten sus pensamientos. Sin embargo, yo soy
consciente de que tengo la suerte de haber elegido una profesión en la
que lo que gano es más que un sueldo a final de mes, pues mis horas de
trabajo son la fuente de mi enriquecimiento como persona. ¡Cuántas
veces mis pacientes se han convertido en verdaderos maestros! Ya lo
decía Viktor Frankl: “El hombre es quien inventó las cámaras de gas,
pero también el que entró en ellas con paso firme y musitando una
oración”.
Ha
acabado mi jornada. Me acuerdo de aquella primera mujer que ganó un
premio Nobel, Marie Curie. Estoy segura de que yo nunca llegaré hasta
donde ella lo hizo, sin embargo, me gusta repetirme a mí misma aquella
frase suya que tan grabada ha quedado en mi cabeza: “La
vida no es fácil para ninguno de nosotros, pero, ¡qué importa! Hay que
perseverar y, sobre todo, tener confianza en uno mismo. Se nos otorgan
dones para cumplir una misión, y esa misión hay que lograrla cueste lo
que cueste”.
Hoy,
mientras vuelvo caminando desde ese edificio que ya parece convertirse
en mi segunda casa, puedo dar las gracias por el momento en el que
decidí meterme en semejante jaleo...
Paula Fernández
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